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LAS ORQUESTAS DE LAS BODAS DE CASA RIVERA por Juan Méndez Varo

LAS ORQUESTAS DE LAS BODAS DE CASA RIVERA por Juan Méndez Varo
diciembre 19
03:11 2013
Juan Méndez Varo

Juan Méndez Varo

Concluida la guerra civil, las precariedades económicas de la población eran evidentes. Esta circunstancia tuvo su incidencia en todos los aspectos de la vida cotidiana. Las parejas que contraían matrimonio a lo sumo que podían aspirar como hogar familiar era una “sala” en una casa multifamiliar con derecho a cocina en el corredor o, en algunos casos, dos salas y cocina individual. Los convites de celebraciones matrimoniales eran algo que sólo alcanzaba a determinadas familias de cierta posición social. No existían entonces salones de bodas ni mucho menos esos opíparos banquetes actuales. Había, eso sí, algunas excepciones y muy determinadas parejas celebraban la boda en su propia casa, haciendo extensiva la celebración a sus familiares y algunos amigos más allegados. En los años cuarenta y en los comienzos de los años cincuenta, para amenizar dichas celebraciones, era costumbre la contratación de alguna orquesta. Éstas se formaban preferentemente con los miembros más jóvenes de la banda municipal de música, aunque, también, en algunos casos concurría algún que otro miembro “que hacía sus pinitos musicales, la más de las veces sin conocimiento de solfeo, pero que tenía buen oído”.

Sebastián Luque, José Gordillo y Miguel Aguilar, componentes de estas orquestas, nos recuerdan las dificultades y las penurias de aquellos tiempos. “Además de lo poco que ganábamos, -unos treinta duros a repartir entre todos- teníamos que pagar, también, la megafonía que nos alquilaba Molina, a esto se añadían las precarias condiciones en que teníamos que tocar, pues, lo hacíamos en patios pequeños, y, a veces a los músicos nos habilitaban cualquier rincón, incluso en la propia cocina, o bien en lo alto del corredor. Cierto es que tal como iban pasando los años y las disponibilidades económicas de la población fueron mejorando, también comenzamos a notario nosotros”.

Durante bastante tiempo, en nuestra ciudad era costumbre la celebración de las bodas en el popular local de don Manuel Rivera Paredes, más conocido por “Casa Rivera”. Éste no era otro que una vetusta nave dedicada a taller y que, circunstancialmente, se usaba para tal menester. Don Manuel hombre bonachón y trabajador que seguía la tradición de sus padres en la reparación de aperos de labranzas y, en especial, en la de fabricación de carros y carretas, un día pensó que podía sacarle algunas pesetillas a su local,  principalmente los fines de semana, que era cuando tenían lugar las celebraciones nupciales.

El alquiler del “salón de boda” rondaba las trescientas pesetas por noche cuándo comenzó a utilizarse en 1958, y según fue subiendo el nivel de vida el alquiler, también se fue actualizando hasta cobrar tres mil pesetas por noche. El “salón” se utilizó casi sin interrupción hasta 1974, que fue el último año en que se utilizó.

Apuro y de los grandes fue el que pasó don Manuel Rivera cuando se encontró con dos bodas en su “salón” un mismo día. Resulta que era costumbre del señor Rivera tomar como señal y parte de pago una cantidad a los padrinos para señalar el alquiler del local e inmediatamente anotar en un bloc nombre de los novios y día y hora de su celebración. Pues bien, ese día a nuestro amigo se le olvidó hacer la oportuna anotación y… se presentaron a festejar tan señalado acto social dos bodas a la misma hora y con sus correspondientes invitados.

Y del apuro mayúsculo a la solución sana. Los novios, padrinos y el señor Rivera llegaron a resolver el tema: Una celebración se haría en la nave y la otra en el patio descubierto. Problema solucionado, pero a medias, pues vaya lío que se formó con los invitados. ¡Menos mal que entonces las personas eran más sanas!, nos comenta uno de los hijos del señor Rivera. “Si esto hubiera pasado en estos tiempos, las consecuencias hubieran sido imprevisibles”.

Fue tal la fama alcanzada por el local del señor Rivera que rara era la semana que no hubiera celebraciones nupciales en su casa. Las bodas eso sí aunque modestas gozaban de música en “vivo”. Era también costumbre que los padrinos algunas horas ante llevaran al local aguardiente  coñac y vino siempre a granel y en damajuana para ser servido en bandeja a los invitados que generalmente estaban sentados en unas sillas que se colocaban junto a las paredes. Por otra, a los invitados que regalaban a los novios se les ofrecían puros. a los hombres. y peladillas a las mujeres en unas bolsas que también se preparaban días antes por la madrina.

A fin de que “no se colaran jóvenes intrusos en la celebración”, toda vez que por aquella época no se conocían las discotecas ni pubs o cualquier otro tipo de lugar juvenil. las familias de los novios contrataban los servicios de un policía municipal (fuera de su horario laboral) y que solía hacer las funciones que hoy tienen encomendadas los vigilantes jurados.

Ya los jóvenes conocían las posibilidades que tenían de poder entrar en la boda desde lejos. Si en la puerta había muchos jóvenes la cosa estaba difícil  porque. o bien “se habían tomado medidas por parte de los padrinos. o bien en la puerta estaba un guardia que su celo impedía su acceso. De seguro allí estaba aquella noche “el chiquili”. Vaya con “el chiquili” ¡cuántas noches nos estropeó a más de uno! ¡Hombre reconocemos que él cumplía con su labor y si eso no era así  aquello se salía de madre! pero … los jóvenes de entonces ¡qué pocas oportunidades teníamos de diversión y las bodas eran una de ellas!.

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Lo cierto es que no existían por aquellos tiempos orquestas profesional izadas propiamente dichas. No obstante sí hubo una banda que llegó a mantenerse durante algún tiempo y se hizo famosa en la ciudad: La Orquesta Río. Sus componentes algunos, como queda dicho, miembros de la banda municipal de música y tal como podemos ver en las fotografías no son siempre los mismos incluso con el tiempo cambiaron de instrumentación. Así vemos como en la actuación de ésta en Casa Rivera en una boda celebrada en 1962 la orquesta está integrada por Francisco Báez García, Enrique López Gómez, Antonio Alcantarilla, Sebastián Luque Pozo y Miguel Aguilar García. En una actuación con motivo de la Verbena de los Pisos de Juan Pavón que tuvo lugar el día 24 de junio de 1958 forman parte de ésta además de los citados Miguel Aguilar, Enrique López y Sebastián Luque, Antonio Yélamo y Manuel Chía.

Otra formación que también acudía con frecuencia a las bodas que se celebraban en casa Rivera estaba formada por José Carmona (Pío), Francisco Pérez Llamas, José. Manuel Correas, Antonio Alcantarilla y Manuel Gutiérrez. O la orquesta que se formó expresamente para la Verbena del Puente integrada por el propio maestro de la banda municipal de música el señor Tena, José R. Carmona, Sebastián Luque, Enrique López y José L. Grao.

A la vista de la mayor demanda de este tipo de grupos musicales, debido a la proliferación de verbenas bailes de carnaval fiestas de navidad, etc. comenzó a tomar cuerpo una orquesta que obtuvo importantes éxitos tanto en nuestra ciudad como fuera de élla: “Los cinco Dinámicos”. Formación ésta integrada, claro está por algunos miembros de la banda municipal y por otros jóvenes músicos locales. Sus componentes, Francisco Báez, Sebastián Luque, José Asencio, José M. Chía, José Gordillo y Enrique López llegaron a cosechar importantes éxitos.

Respecto al repertorio de estas bandas lógicamente iban con la música de la época preferentemente tocaban Sevillanas, Mambos, Boleros, Cha Cha Cha, Tangos,  Pasodobles… ¿Pero quién no recuerda esas bodas de Casa Rivera -que la mayoría de las veces se bailaba “agarrao” a los sones de “Ramona”, “El Cordón de mi Corpiño”, “Muñequita Linda”, “El Rico Mambo”, “Me lo dijo Pérez”, “Mira que eres Linda”, “Al Uruguay”, “Cuando Calienta el Sol”, “España Cañí”… ¿Y cuando concluía la actuación con el pasodoble “Valencia”?

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1 Comentarios

  1. Er Pepe
    Er Pepe diciembre 19, 13:14

    Algunos amigos necesitados de oportunidad para divertirnos, nos poníamos de acuerdo y por parejas, cada uno ponía 12,50 ptas que cambiábamos por un billete “morao” de cinco duros y entrabamos regalándolo en un sobre a los novios, casi siempre, la novia pensaba que éramos conocidos del novio y éste que lo éramos de la novia, total a entrar y dedicarnos al baile y a ponernos delante de los que repartían las copillas de coñac o aguardiente para degustar alguna.

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