LA NECESIDAD DE UNA LANZA por Francisco J. Fernández-Pro
Guardé silencio. Sin apercibirlo, he sido cómplice. Después de tantas letras inútiles, palabras perdidas, quejas desperdiciadas; después de tanto voto secuestrado, de tanto aval defraudado, de tanto asalto insospechado, de tanta sorpresa acumulada, de tanta confianza malherida: después de tanta mentira y tanto fiasco, opté -¡tan dolido estaba!- por guardar silencio. Pero ahora mi silencio grita, clama contra mí mismo y mi voluntaria indolencia. Mis ideales se revuelven contra tanta fatiga que me paraliza, contra el apático conformismo que me posee.
Cada día siento cómo los extremos y sus fobias, los sectarios y sus locuras, los ignorantes y sus cagadas, van ganándole la partida a la Razón, manipulando discursos y estirando la capacidad de diálogo hasta descoyuntar el sagrado instrumento de la Palabra. Con cada esperpento siento una España más ajena, con cada cacicada sufro la certeza de que, en esta tierra nuestra, las batallas fraticidas nunca se acaban, que las heridas de la Razón nunca se cierran.
Sin embargo, ante esta sinrazón contra la Justicia, sólo conté -desde siempre- con esta lanza remendada del Pensamiento y la Palabra que, tras tantos entuertos, había dejado descansando en el catre de la impotencia. Ahora me siento obligado a recuperarla porque he comprendido que no hay mayor impotencia que la que nos condena al silencio irrevocable ante los injustos. Así lo deduje desde la profunda herida de tiranía, intereses, miedos, agravios, mediocridad e ignorancia, que nos hiere desde hace tiempo, en la que nos debatimos con cada telediario y por la que, inevitablemente, todos nos desangramos.
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