LA NORMALIDAD ANORMAL por Francisco J. Fernández-Pro
Cuando supe por primera vez del término “Nueva Normalidad”, confieso que sentí como un repelú en el tuétano que me recorrió toda la espina dorsal hasta detenerse justo a las puertas de la conciencia de mis cosas: las que conozco, las que comprendo, las que razono, las que puedo distinguir con cierta nitidez y, también, aquellas que me proporcionan el beneficio de alguna duda razonable para poder cuestionarlas o el regalo de una pista fiable para tener por donde agarrarme en mis elucubraciones. ¿Nueva Normalidad? ¿Para qué? Si estábamos bien con la que conocíamos ya, ¿por qué no hacer todo lo posible por recuperar la antigua?
He guardado silencio durante meses. Era tan importante lo que nos estaba sucediendo y sus consecuencias, que me autoimpuse la virtud de la Prudencia. Me he limitado a observar la evolución de todo lo que estaba pasando y sólo, en momentos muy concretos, cuando me podía la rabia por lo que estaba viendo, la impotencia, la tristeza o la amargura y -sólo entonces- escribía cuatro letras casi en forma de aforismo.
Sin embargo, es cierto que hemos cambiado y que todo ha cambiado alrededor nuestra. Hace algo menos de un año, creíamos tener uno de los mejores Sistemas Sanitarios del Mundo, una de las Sociedades democráticas más avanzadas de Occidente, éramos un país de grandes oportunidades para la inversión extranjera y -gracias al Sol y al Sector de Servicios- un verdadero Paraíso para los turistas de todas las naciones y los pensionistas del primer Mundo.
Digan lo que digan los cronistas oficiales, todos los demás -incluyendo a los portavoces científicos de la O.M.S. y de la Unión Europea-, afirman que fue entre enero y marzo cuando llegó el puñetero virus a España. Lo que está claro -y resulta una realidad incontestable- es que nuestros políticos no supieron o no quisieron hacer frente a la amenaza con el criterio médico-científico-asistencial con el que deberían haberlo hecho. Por el contrario, prevaleció el de las ideologías y acabaron por llevarnos al desastre; y ya se sabe: en un país donde los políticos ejercen como garrapatas, cuando meten los pinreles, no se dimite: se inventa y se reinventa, se miente y se discursea, se divaga y se mitinea, se promete y se despista. Todo, antes de aceptar la metedura de pata; y si las excusas no cuajan, se delegan responsabilidades para que, al final, puedan ser compartidas y, si es necesario, se cambian leyes y normas y conductas, con tal de aparentar una “nueva normalidad” que sirva de espejismo y le salve el culo a los (i)rresponsables. Pero no nos equivoquemos: una treta así sólo es un apaño y, por eso, esa “nueva normalidad” que se pregona, no puede dejar de ser otra cosa que una triste “anormalidad viciada y profunda”.
El desarrollo de los acontecimientos, nos marca la realidad. Cada vez son menos los trabajadores que cotizan y muchos más los desempleados. Lo peor es que, los que no trabajan, tienen que vivir de los que lo hacen. Así, niños, parados y pensionistas se convierten en una verdadera Carga Pública y -a falta de recursos- sólo cabe incrementar, aún más, los impuestos a los ciudadanos que, con su trabajo, nos están salvando a todos desde el principio.
La cosa es de parvulito con tres suspensos: si el Gasto Público crece, hay que recaudar más dinero y, por tanto, la carga impositiva tiene que crecer. Pero es que, además, mientras más subsidios se pagan, más impuestos se necesitan. No nos engañemos: mucha gente ha hecho sus cálculos y sabe que le trae más cuenta subsidiarse y quedarse en casita con una paguita segura, que pasarse el día trabajando para que, a fin de mes, lo expriman como a un limón.
Desde hace tiempo se sabe la mejor solución, pero hay que ponerle el cascabel al gato: antes de subir los impuestos a las empresas-empleadoras y a los trabajadores-paganinis, debería recortarse drásticamente el Gasto Público, suprimiendo políticos comeollas, zampabollos, parásitos adláteres y tanto gasto superfluo que todos ellos gozan como un privilegio de casta (como diría alguien que yo conocí de pobre); ¡pero cualquiera mete la mano en el gaznate del lobo para discutirle la pitanza!… Eso sólo puede hacerlo el Pueblo en mayoría y, por eso, ante esta situación sólo nos cabe preguntarnos, ¿hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia? O, mejor, ¿hasta cuándo dejaremos que abusen de nuestra paciencia?
Sin embargo, lo más triste de toda esta anormalidad profunda a la que nos abocan nuestros dirigentes, es la mediocridad general a la que están condenando a los españoles (aunque digo yo que, teniendo en cuenta el nivel general de nuestra clase política, tampoco es cuestión de pedirle peras al olmo). Una mediocridad que, cada día, asume mayores cotas endogámicas, llegando -en el colmo de la ignorancia ejercida- a bendecir, vía suspensos cualificados, la consagración académica de la ineptitud.
Por eso, para mí, esta situación esperpéntica que estamos viviendo en la que, hasta en nuestro Congreso prevalece la discusión sobre el género de los colorcitos de los lápices de los pupitres en los colegios, sobre otros asuntos que se pretenden soslayar -incluso con las “espantás” de Sánchez- como la defensa de la independencia del Poder Judicial, del Control Legislativo, de los derechos ciudadanos o los atentados a los principios Constitucionales, la situación de desesperanza de las empresas y los trabajadores exprimidos, la gravedad de esta plaga de pícaros al asalto, holgazanes por oficio, analfabetos vocacionales y dirigentes para el buche, la víscera y el instinto;… esta “normalidad” -digo- no puedo considerarla “normal” y, por tanto, me niego a llamarla “Nueva Normalidad”.
Todo lo contrario: me temo que, si no lo evitamos, el rumbo que ha tomado España con esta tripulación, sólo puede abocarnos -antes o después- al naufragio en la más profunda anormalidad de la Justicia y la Razón.
Como habrá podido comprobar D. Francisco, en cuanto publica usted algún articulo, no puedo reprimir el deseo de verter o emitir mi particular visión del problema.
En este caso estamos tratando uno de los mayores problemas sanitarios, y por ende económicos a los que se esta enfrentando el mundo, y también por ello nuestro pais. Y lo estamos haciendo desde el mas absoluto desconocimiento, propio de una situación inédita, donde la gente se contagia en proporción geométrica y con unos resultados de muertes y unas consecuencias económicas sin precedente. Los ancianos sobre todo, mueren a miles. Una autentica tragedia. Los pequeños comerciante ven peligrar su medio de vida. Y todo esto lo está provocando un virus hasta ahora desconocido. ¿Qué podemos hacer los ciudadanos? podemos descargar nuestra ira sobre “los políticos” Y de paso tratar de cargarnos al gobierno autonómico o nacional que no nos gusta. Precisamente cuando mas unidos tenemos que estar, nos entretenemos con debates demagógicos que nada resuelven.
Habla usted de recortar el gasto publico., pero eso que ya se hizo en la crisis del 2008 ya se vio a quien se llevó por delante. Ahora tenemos un gobierno de carácter progresista que opina en consonancia con la Comisión Europea, que lo conveniente es justamente lo contrario. Que hay que relanzar las economías con un extraordinario gasto publico, y grandes inversiones con dinero procedente de fondos europeos.
Aun así nos esperan tiempos muy difíciles. Procuremos no dejar a nadie en la cuneta.
Por ultimo, decirle que a mi lo que me eriza la espina dorsal es que utilizando estas circunstancias se trate de degradar la política y los políticos (son todos iguales), o que se haga la reflexión del “si no lo evitamos” como una especie de ultimo recurso contra una forma de hacer política con la que no se está de acuerdo, aunque haya una mayoría democrática que la apoye.
Un saludo desde Granada.
Estimado Señor JUBILADO, como ya sabe, me gustan sus intervenciones en estos artículos, precisamente porque aportan una visión desde otro prisma y eso siempre es importante para una reflexión o un debate.
Ya ve que en esta ocasión, inicié mis letras confesando el mucho tiempo que estuve en silencio, precisamente para evitar caer en las “trampas” a las que usted se refiere, cuando se atraviesan momentos como los que atravesamos ahora.
Es cierto que la enfermedad es una Pandemia y, por propia definición, afecta a todo el Mundo. Sin embargo, también está claro que cada país se ha enfrentado a ella de forma distinta y cada país tiene sus propios gestores.
También es cierto que se trata de un virus desconocido para todos, pero en Medicina, precisamente existe la rama de la Prevención o Profilaxis, para poder afrontar con un cierto rigor o -al menos- evitando los posibles riesgos, sobre todo ante lo desconocido.
De todas formas, creo que en esta ocasión, casi coincidimos en la mayor parte del asunto o, al menos, en su forma de abordarlo (lógicamente, sin entrar en la cuestión de la contención del Gasto Público, nuestra forma de hacerlo y las recomendaciones de Bruselas)… Pero, para eso, necesitaríamos un artículo completo. Quizá, algún día, cuando un problema de salud tan grave como el que atravesamos -y que necesita de la colaboración de todos nosotros-, pueda permitirnos enfrentar las políticas económicas de los unos y de los otros.
Un saludo muy afectuoso desde sus torres confinadas.