BARCAS ARENERAS EN EL RÍO GENIL por Juan Méndez Varo
En los años cincuenta del siglo XX y obtenidas las autorizaciones administrativas oportunas, los hermanos José y Antonio García Castilla promovieron la explotación de áridos del río Genil, mediante barcas de remos; una actividad que mantuvieron hasta el año 1972.
En el lugar conocido por “Miragenil”, junto al Paseo de San Pablo de la ciudad de Écija y próximo a la carretera Nacional IV, de Madrid a Cádiz, se situaba el muelle y la planta de áridos. La necesidad de tener este material de gran consumo en la construcción próximo al casco urbano y la utilización de procedimientos más dinámicos de los que hasta ahora se venían utilizando, hicieron de esta iniciativa industrial una actividad pionera en la ciudad.
La explotación se inició con una barca de segunda mano adquirida en Alcalá del Río, denominada “Elisita”. Tenía 9,00 mts. de eslora; 2,70 de manga y 1,65 de calado o puntal, capaz de transportar entre siete y ocho toneladas de áridos.
Las condiciones de trabajo eran durísimas. La jornada se iniciaba con la primera luz del día, sea cual fuera la estación del año. La primera tarea consistía en achicar el agua de la barca mediante cubos y una vez que reunía las condiciones para la faena, tres operarios la arrastraban río arriba, uno al timón y los otros tirando de la sirga desde la orilla. Recorrían entre dos a tres kilómetros, hasta localizar el lugar idóneo para el alijo. La ubicación de la barca era tarea fundamental para el feliz éxito del trabajo, pues debía de contener dos requisitos fundamentales: que el árido no estuviera muy profundo y que la barca pudiera trabajar en las mejores condiciones para que no quedara encallada. Una vez fijada la barca, se iniciaba el duro trabajo manual de extracción de árido mediante cazos.
En esta actividad, como cualquiera otra de la vida, la experiencia y la técnica atenuaban de forma manifiesta la dureza del trabajo. Según testimonio del propio José Castilla, el punto de apoyo del cazo en la barca que se utilizaba como palanca y aprovechar la propia corriente del río eran dos elementos fundamentales. Hay que señalar que el cazo llevaba una vara de cinco metros de longitud, y que una vez lleno podía pesar unos 25 kilogramos. Pero era, además, importante conocer el Genil porque cualquier error podía dar al traste con la jornada laboral y hundirse la barca con la carga. El nivel del río por esta zona quedaba, asimismo, sometido a las necesidades de la fábrica de harinas del puente que mediante sus bigornios que regulaba el agua.
También el rescate de la barca hundida en el río llena de árido tenía sus técnicas, ya que, sin necesidad de grúa o cualquier otra máquina, la pericia del personal hacía posible que recobrara su posición natural. Una vez cargada la barca hasta el borde, río abajo y a remos se trasladaba al muelle donde también de forma manual, se procedía al vaciado de la carga. A pie de río acudían los carros y los burros, con cerones a reatas y se hacia la distribución del árido. Ya en la propia obra, mediante diferentes zarandas, manejadas a pulso por los peones de la obras, se llevaba a cabo la división de la grava y la arena según las necesidades.
Fuente: Memoria de una década: Écija, 1960-1969. Juan Méndez Varo
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