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HABLANDO ANDALUZ O LA BELLEZA EXPRESIVA DE LA FONÉTICA ANDALUZA por Francisco J. Fernández-Pro

HABLANDO ANDALUZ O LA BELLEZA EXPRESIVA DE LA FONÉTICA ANDALUZA por Francisco J. Fernández-Pro
marzo 19
03:18 2019

Hace unos días fui requerido para dar algo así como una conferencia en el Centro de Adultos de Écija. El tema debía girar sobre el Día de Andalucía y, a ser posible, que la alocución no tuviera tintes políticos. De inicio, ya me pedían algo imposible y así lo manifesté; aunque sí podría hablarse de Andalucía evitando ser partidista. Así que, ingeniándomelas como pude, procuré que mi charla-coloquio pareciera que no tenía nada que ver con la política, tal como habitualmente la entendemos.

Le daba vueltas a las ideas sobre el tema cuando, nada más traspasar la puerta de mi despacho, leí el lema que destaca en la loza que –desde hace más de veinte años- tengo justo en la misma entrada y que reza así: “Andalucía es una tierra grande, hermosa, vieja y sabia, siéntase orgulloso de ser andaluz

Automáticamente me retrotraje a la infinidad de ocasiones en las que tuve que salir en defensa del habla andaluza; o, mejor, de nuestra fonética. También recordé la cantidad de veces que me hablaron sobre la vergüenza que sintieron los que fueron reprochados por hablar con nuestra particular fonética. Entonces, comprendí que el tema me lo estaba dictando la justicia, así que tomé papel, pluma y escribí el encabezamiento de estas letras.

Lo que diferencia al ser humano de todos los demás seres vivos, es su capacidad para interiorizar la complejidad del mundo que lo rodea, asimilarlo y darle un cierto sentido; pero, sobre todo, una vez hecho esto, poder estructurar lo asimilado para poder transmitir a los demás las sensaciones que todo ese mundo le produce. De esta forma, cada ser humano –en el “mensaje” que emite- puede transmitir no sólo lo conocido sino cómo lo ha conocido y cómo se ha sentido al conocerlo.

Más, si en el hecho de la COMUNICACIÓN ORAL, intervienen el emisor, el receptor y la Palabra, el mensaje emitido, aparte de su cualidad de relación interpersonal para el avance de una Comunidad en el intercambio de ideas y experiencias, tiene otro aspecto muy importante: la propia subjetividad del sujeto emisor y su emotividad, la sensibilidad particular que todos tenemos ante los hechos que observamos y comunicamos.

Por tanto, en el mensaje existe una inevitable presencia, no sólo de la influencia externa (el hecho que se produce y/o que se advierte) sino del componente social y cultural de cada emisor (cómo se percibe y cómo nos influye el hecho o el sentimiento que transmitimos).

Esta particularidad tan íntima del mensaje emitido por la Palabra, nos hace pensar en las articuladas por animales, que la dicen, pero que no conocen su significado y, mucho menos, la intencionalidad de una misma palabra pronunciada de forma distinta (una intencionalidad que sólo podemos percibir en el sonido con el que se emite o en el contexto –en el caso de la palabra escrita- de una frase completa)

Quizá, por lo dicho, podríamos decir que la Palabra tiene Alma: porque es capaz de traducir la intención y la emotividad de la nuestra. Tanto es así que, para la Cultura Occidental -básicamente cristiana- Dios es el Verbo (la Palabra) y el alma del Hombre es el aliento de Dios -su esencia- y la Palabra se convierte, así, en la parte nuestra que no es barro.

Visto todo lo anterior, puede ser que un andaluz emita, en su mensaje, las mismas palabras que cualquier otro español y, sin embargo, sepa dotarlas de un sonido especial que implique muchos otros matices, para que sea asimilada de forma distinta; para que pueda ser entendida y vivida, según el particular entorno -social y cultural- en el que se desarrolla.

Esos matices distintos se traslucen en su riquísima fonética. Si el castellano posee cinco vocales, podríamos afirmar que la fonética andaluza cuenta con ocho: la “a” abierta y cerrada, la “e” abierta y cerrada, la “o” abierta y cerrada, la “i” y la “u”. Todos podemos advertir que las vocales abiertas en castellano (a, e, o), fonéticamente se cierran, se aspiran, para crear un plural sin “s”, prácticamente imposible de pronunciar por hablantes no andaluces (hagan el experimento con amigos españoles foráneos y pídanles que pronuncien “La Niña” en singular y, después, que lo hagan en plural evitando la “s”)

. Más la Lingüística tiene sus normas y lo mismo que existe una Prosodia, existe una Sintaxis. No vale hablar mal y decir que lo hacemos “porque hablamos en andaluz”. Como cualquier otro español, el andaluz debe hablar utilizando la sintaxis correcta, pero lo que no debe –y no debe hacerlo nunca- es sentirse disminuido por usar una fonética mucho más rica que la castellana.

Lógicamente y, como decíamos antes, tratándose del hecho de la intercomunicación, todo esto se traduce en la exteriorización de una forma de ser y de sentir. Por eso, muchas veces escuchamos leer textos andaluces, que ignoran esta realidad y que nos suenan falsos (sólo nos basta recordar el exagerado histrionismo de tantos actores que lo intentaron en televisión). Problema que se agudiza profundamente cuando se trata de declamar poemas eminentemente andaluces y que pierden parte de su vigor, de su emotividad, por no recitarse con la fonética adecuada. Nuestra fonética, es uno más de nuestros patrimonios: es nuestra forma de expresar las palabras -su musicalidad, su lirismo, su desgarro- y tiene mucho que ver con nuestra forma de ser, de sentir, de relacionarnos mutuamente y desde siempre.

Hay que tener en cuenta que, cuando hablamos, lo hacemos con una entonación determinada que, en ocasiones, podríamos definir como una “melodía”. A través de la entonación, de las inflexiones que damos a las palabras, conseguimos expresar sentimientos y estados de ánimo que, muchas veces, tiene que ver con nuestra forma de entender la vida y nuestro entorno; y, aunque –como hemos dicho- ese ritmo siempre debe estar en consonancia con la sintaxis, sin embargo a lo que está vinculado es a la Prosodia, a la fonética auditiva o perceptiva, que es la que implica al sonido desde el punto de vista del receptor del mensaje. Así sucede que, según el emisor traslade el mensaje (con el volumen, la intensidad, la melodía, el rigor de la palabra,…), el receptor percibirá, no sólo su significado literal, sino toda la emoción con el que se transmite. Por eso es tan importante la fonética: porque siendo particular de cada zona, con ella se puede determinar una forma de traslucir el alma: de sentir y de ser.

Los andaluces no tenemos un IDIOMA distinto, sino una FONÉTICA propia, cuyas particularidades no deben suponer excusas para el disparate sintáctico (como está ocurriendo con la aberración del “lenguaje sexista” que, amparado en lo políticamente correcto, tantas licencias y esperpentos se permite).

Por eso, ahora, que en muchos centros educativos se pretende –como antaño- forzar la “correcta pronunciación” castellana en los niños andaluces, obviando lo que de único y particular tiene nuestra variada fonética (lo que tiene de Alma la Palabra), me permito reivindicar su inmensa riqueza.

Cualquier poema de “El Romancero Gitano” de Federico, nunca sonará igual recitado con otra fonética. Lo mismo sucede con los cantares de Manuel Machado; por no hablar de los poemas escritos por Julián Sánchez Prieto, José Carlos de Luna, Rafael de León, Martínez Carrasco y hasta algunos poemas de Pedro Garfias. Es el mismo fenómeno que ocurre con las “extremeñas” de Gabriel y Galán o Luis Chamizo, quizá con la diferencia de que éstas, a veces, incluyen vulgarismos sintácticos, a fin de dotar al poema de un componente más popular y dramático.

Quizá no es casualidad que fuera Lorca el escritor que universalizara el andaluz; quizá su mérito fundamental, su secreto no guardado, estribó –precisamente- en que nunca se avergonzó de los componentes telúricos de nuestra Lengua y, sin complejos, escribió –puro sentimiento- no sólo con las palabras, sino con los sonidos, el ritmo y el compás, con los que se componen los variados y riquísimos fonemas del andaluz: Sin duda, en obras de Federico como el Romancero Gitano, la Casa de Bernarda Alba, Yerma y hasta Los Títeres de Cachiporra, no cabe otra fonética sino la nuestra:

No hay otra manera de decir lo mismo de la misma forma: el nuestro es el sonido redondo para estos versos, la fonética exacta del andaluz para decir –exactamente-, no sólo lo que se quiere decir, sino cómo se quiere decir, expresando lo que sentimos y cómo lo sentimos.

Por eso, no se puede decir de otra forma: porque sonaría distinto o distante… como si fuera otra alma la que quisiera rebosarse.

Me atrevo,  humildemente, ahora que se acerca nuestra Semana Santa (unas fechas que los andaluces viven con tanta pasión, pero de forma tan distinta a otros lugares) a dejar, como botón de muestra, un poema propio -envuelto en el entorno y el patrimonio cultural que nos rodea- y recitado, tal como lo pensé, tal como lo sentí, tal como lo viví cuando lo escribí y tal como lo vivo cuando lo recito… en andaluz.

 

Écija, las voces de mis Cristos from David BerBlán on Vimeo.

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