DEMOCRACIA INCONGRUENTE por Francisco J. Fernández-Pro
Hace un par de días me preguntó un amigo si me había tomado un año sabático. “No –le dije-. Me he tomado sólo un mes”; pero es que en este mes han pasado tantas cosas, que no era cuestión de lanzarse a escribir artículos a lo loco. Asuntos de tal calado, que todos ellos exigían una lectura detenida, un análisis sosegado y una interpretación lo más objetiva posible.
Quizá no es que sean muchos asuntos los que se han producido en el panorama político autonómico y nacional sino que, cada uno de ellos tiene multitud de flecos que, además, se solapan entre sí, con lo que -al final- se hace complicado un análisis que pretenda guardar el principio de la objetividad.
De todas formas, si hemos de concretar algo, si hemos de tomar distancia y obtener una visión clara de las cosas que han ocurrido, creo que deberíamos comenzar excluyendo de nuestro análisis todos los flecos movidos por los aires cambiantes -¡y tan traidores!- de los intereses bastardos, la prepotencia de los grupos, las ambiciones particulares y los agravios insatisfechos de los resabiados, para quedarnos sólo con la Naturaleza fundamental de la Democracia y sus cualidades: sus derechos y sus obligaciones (lo que nos ofrece y lo que nos exige)
La Democracia nos eleva al grado de ciudadanos y, por eso, aún siendo un Sistema político imperfecto, es el menos malo de los que existen. Pero, cuando la disfrutamos, hay que mantenerla y cuidarla, respetando sus dos axiomas fundamentales: un ciudadano, un voto… y la mayoría decide.
El voto nos da derecho, no sólo a elegir, sino a protestar contra quienes abusan de nuestra confianza (por eso, quien no vota, no debería protestar). Pero ese mismo voto que nos otorga el derecho a elegir libremente, nos exige la obligación de acatar la voluntad –la elección- de la mayoría.
Si creemos de verdad en la Democracia, si queremos preservar y cuidar la nuestra y no volver a caer en errores pasados, hemos de cumplir con ella como se debe (quizá de esta convicción, surge mi asombro y mi espanto de un mes a esta parte).
No es demócrata quien, tras haber ejercido su derecho a votar, no cumple ahora con su obligación de acatar la voluntad de las urnas. Menos demócrata aún, es aquel que grita y berrea por la elección de esa mayoría, cuando ni siquiera se acercó a votar (porque quien no quiso ni votar en blanco, no debería tener el derecho al pataleo durante los próximos cuatro años)
No son actitudes democráticas las de los políticos que se aferran a los sillones como lapas y usan del poder que el Pueblo les concede democráticamente (los recursos humanos y económicos de las Administraciones Públicas) como “pegamento” para sus posaderas y para obstaculizar los legítimos y deseables relevos democráticos.
Después de tanto tiempo deberíamos ser ya una Democracia madura, pero creo que algo flaquea. Quizá los políticos han vociferado tanto y han proclamado con tanta vehemencia los derechos que la Democracia concedía a los ciudadanos, que se les olvidó informarnos de las obligaciones que la Democracia nos exigiría (empezando por las de los propios políticos que confunden “poder de representación” con “privilegios personales”, “recursos públicos” con “pozo sin fondo para el partido”, “servir” con “servirse” y “confianza del Pueblo” con “patente de corso”).
Viendo lo que está pasando, creo que todos estamos obligados a recapacitar sobre nuestro comportamiento democrático. Tomemos distancia si nos es posible, reflexionemos un poco sobre nuestras obligaciones incumplidas y dejemos gobernar a los que la mayoría de los ciudadanos –libremente- eligieron para gobernar… y, después, esperemos cuatro años o lo que haga falta, para celebrar otra vez -en paz y en libertad- el derecho a elegir en Democracia.
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