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A finales de agosto se reunieron en la ciudad australiana de Costa Dorada los ministros de Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, autodeterminados en conjunto como los Cinco Ojos al componer una alianza internacional con el objetivo de recopilar y compartir información de inteligencia. Realizaron su mayor comunicado hasta la fecha con la finalidad de forzar a los fabricantes tecnológicos a proporcionar acceso a los datos privados de sus usuarios. «La privacidad no es absoluta», sentencian los Cinco Ojos, por lo que las empresas tecnológicas deberán darles acceso a los dispositivos y comunicaciones seguras a sus respectivas naciones o enfrentarse a durísimas campañas de represión. Y el comunicado continúa con un escalofriante «Si nuestros gobiernos se continuasen encontrando con impedimentos al acceso legal de la información necesaria para asistir a la protección de los ciudadanos de nuestros países, tomaremos medidas tecnológicas, policiales, legislativas u otras medidas para conseguir soluciones de acceso legal».

Los ministerios de los cinco países declararon que la finalidad de sus propuestas es luchar contra el crimen y el terrorismo, con especial enfoque en la red. Para lograr esta meta los Cinco Ojos manifiestan «instamos a los proveedores de servicios tecnológicos de comunicación e información a establecer voluntariamente soluciones de acceso legal en sus productos y servicios». Ese eufemismo de acceso legal, conocido en el gremio informático como puerta trasera, será aplicado a todos los productos y servicios localizados u operando en alguno de los países que conforman los Cinco Ojos.

Volvemos al viejo cuento de la criptografía donde un estado opina que es buena idea rebajar la seguridad nacional para incluir puertas traseras. Con estas puertas traseras se asegura el acceso de terceros a la información cifrada, y es ahí donde nos enfrentamos al gran problema. Cualquiera puede acceder a una puerta trasera, ya sean los Cinco Ojos, un criminal, Wikileaks, tu vecino o el gobierno chino. Con los grandes robos informáticos que vemos mensualmente resulta casi cómico querer forzar un acceso trasero en todas las comunicaciones posibles. Los Cinco Ojos basan la seguridad de su acceso legal en que nadie sepa que existe, y no nos faltan ejemplos para saber la mala idea que ello supone, pues el tiempo nos demuestra que siempre hay alguien que encuentra dichas puertas traseras, ya sea por investigación o pura suerte, y entonces el daño está asegurado. ¿Qué ocurre si son los propios ciberdelincuentes los que acceden a las conversaciones de las fuerzas de seguridad? ¿Y si es una potencia extranjera la que cruza la puerta trasera del ordenador personal del primer ministro? Prohibir la capacidad de comunicarse mediante ciertas operaciones matemáticas (la criptografía en su elemento más básico) no es sólo cruzar la línea de la tiranía, sino un gran problema de seguridad internacional.

Paradójicamente la criptografía está tan extendida y solicitada en la actualidad por los horrores antiprivacidad desplegados por los Cinco Ojos y revelados por informantes como Edward Snowden o Julián Assange. Aunque no olvidemos que este tipo de ataques a la libertad son recurrentes. Recordemos el odiado chip Clipper defendido por la administración Clinton en los ‘90. Entonces la canción era la misma: escuchar conversaciones de terroristas para proteger a los ciudadanos. Sin embargo no se escuchó a ningún terrorista, pues aprendieron cómo implantar en la puerta trasera su propia clave, quedando así al descubierto el grupo de siempre: el pueblo llano. Gracias a la gran reacción de las comunidades paleointernautas hoy tenemos opción a hablar por teléfono sin que nadie nos pueda escuchar sin orden judicial. Ahora que la nueva generación ha olvidado toda la polémica del chip Clipper quieren volver a la carga.

Puedo asegurar que aquellas personas que deseen comunicarse en secreto lo seguirán haciendo, ya sea evitando los productos tecnológicos de estos cinco países, inventando nuevos algoritmos de cifrado o simplemente comunicándose fuera de la red. Y eso sin olvidar que cada vez que un sistema criptográfico ha visto su futuro peligrar por este tipo de medidas, nuevos algoritmos mucho más potentes son desarrollados. Al final los únicos que quedan al descubierto son los cumplidores de la ley, pese a que nadie haya votado dar poder de inspección personal a los gobernantes. Preguntad en las próximas elecciones a vuestro político favorito cuál es su posición respecto a la privacidad y vigilancia masiva. Preguntadles directamente y sentiros libres de publicar su respuesta. Votad entonces y sólo entonces, pues así estaréis asegurando un futuro dónde los gobernantes no puedan acceder a vuestra intimidad a voluntad. Los Cinco Ojos parecen olvidar que el poder de los gobiernos tampoco es absoluto.

Jorge Luque

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