DON TOMÁS BEVIÁ ARANDA por Francisco J. Fernández-Pro
El pasado sábado, con motivo del Aniversario del traslado de la Biblioteca Pública Municipal, a su emplazamiento actual, se rindió un pequeño homenaje (prácticamente familiar) al que fuera su titular desde comienzo de los noventa del pasado siglo, Don Tomás Beviá Aranda. Un pequeño homenaje que, quizá, mereció mayor presencia de las Asociaciones e Instituciones a las que perteneció, por eso creo que hoy el motivo de mi artículo estaba cantado. Tenía que convertirlo en mi pequeño homenaje personal al que fue mi Maestro y mi Hermano.
Sin embargo, lo que debía escribir sobre él, ya lo publiqué hace tiempo. Me limito, pues, a recordar algunas letras de las que escribí entonces.
“Don Tomás (Tomás) me conocía desde que nací; yo a él desde que tuve uso de la razón. Llegó hasta Écija, hacia la mitad del siglo pasado, tras las purgas de los tribunales constituidos para juzgar crímenes de guerra. A Tomás (Don Tomás) no pudieron probarle ningún delito porque, a pesar de su pasado rojo, todos los azules sabían que nunca pudo matar una mosca sin sentir un terrible remordimiento.
“Don Tomás (Tomás) era una eminencia: Poseía tres licenciaturas, conocía cinco idiomas y había conseguido el número uno en las dos oposiciones nacionales a las que se había presentado; pero, debido a su pasado republicano, vino a dar con sus huesos en el Instituto del pueblo.
“Mi padre, director del Centro, admiraba y quería a Don Tomás, no sólo por todo su bagaje académico, sino porque sabía que su vida, habiendo sido una aventura, fue un permanente ejercicio de coherencia con su fe y porque, como él, era humanista militante.
“A mí siempre me pareció increíble que un cuerpo tan enjuto y esmirriado como el de Don Tomás (puro fenoarquetipo de maestronacional-per-semper), pudiera albergar un alma tan grande y una voluntad tan férrea (¡menos mal que el alma y la voluntad no necesitan de grandes espacios!).
(…………….)
“Siendo ya mi profesor, a mis diez años había tres cosas que me admiraban de Don Tomás: la enorme juventud de su espíritu (que yo entonces, sin entenderlo, presentía y compartía con él), su pasado como alumno de Antonio Machado -uno de los escritores que más admiraba mi padre- y, sobre todo, el hecho –extraordinario para mí- de ser el único poeta al que conocía, autor de un libro publicado. Estas tres circunstancias hicieron que me acercara a él casi con veneración, a través de la curiosidad y el afán por aprender lo que pudiera de alguien tan singular. De esta forma, se entabló entre los dos una relación tan especial, que nuestro mutuo afecto permanecería durante toda la vida. Con los años, Don Tomás me pidió que lo llamara Tomás.
(…………….…)
“Un día, mucho tiempo después, le propuse crear una tertulia poética, junto a tres amigos comunes aficionados a los versos (Pepita Tomás, Curro Torres y Manuel Díaz Baena). Le pusimos de nombre “Hontanar”.
“Otro día, conmovido -y conmoviéndome., me reconoció públicamente como su “alumno predilecto”. Fue una noche emotiva en la que yo ingresaba como miembro de Número en la “Vélez de Guevara” y él, en nombre de mis nuevos compañeros, me recibía en la Academia.
“Después vinieron muchos otros días de letras y de admiración. Nunca dejé de aprender de él y siempre me pareció que llamarle Tomás era un desencuentro con mis respetos. Sin embargo, nunca lo respeté tanto, como cuando lo llamaba Hermano (casi por exigencia suya).
“Mi Maestro, mi Amigo, mi Hermano Tomás, se fue un día de esos que se nos quedan como una herida abierta para siempre. Era tanta su fe y creía tan firmemente en el Paraíso al que iba, que lo último que hizo fue mostrar en sus labios, su inextinguible sonrisa de niño grande.
“Cuando conocí su muerte, escribí, como intentando regresarlo…
Marchó con la Muerte tu Voz futura,
porque tu Voz de siempre sigue intacta,
respirando el latido de las letras
y sufriendo los perfiles del Aire.
Tu Verbo ha de seguir batiendo alas,
cumpliendo su pasión eternamente.
Se ha llevado la Muerte un resto pobre:
tu herencia de Luz seguirá a mi lado.
La Muerte, Amigo, fracturó tu barro
pero dejó, Tomás, todo tu aliento.
La Muerte equívoca vino a llevarte
y pudo llevarse tus pesadumbres,
más no pudo secuestrar tus Silencios.
La Muerte que llegó se fue marchando
con tu piel, más sin Ti, a sus destierros.
Amigo que, sin ser ya, no te vas,
la Muerte sólo es muerte para el átomo,…
nunca pudo la Muerte con los sueños.
(De “Teselas para un mosaico”, 2009)
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