MENSAJE PARA UN PREGÓN por Francisco J. Fernández-Pro
Como me gusta cumplir con el compromiso de estos artículos y ya, con tanto encargo, el toro casi me coge por momentos, dada la fecha en la que estamos y que este fin de semana no voy a poder asistir a nuestro Pregón de Semana Santa -que, seguro, será un exitazo de nuestro amigo Marcos-, se me ocurrió transcribir el mensaje final del que yo tengo que pronunciar en el barrio nazareno de Montequinto, invitado por la Asociación “Azahar en flor” y que comienza con un pequeño romance que reza:
Yo vengo desde ese Valle
que va regando el Genil
mientras se besa en las torres
buscando el Guadalquivir…
y os traigo hasta Montequinto
lo que a mí me hace latir:
los aromas de azahares,
las oraciones que oí,
los silencios singulares
que se dejan presentir
y esto que siento en el aire,
que son cosas que aprendí
en esta tierra tan nuestra
que nos enseña a vivir,
porque es el Alma de un Pueblo
que sabe latir así.
… y, aunque comienza así, como sabe todo el que me conoce, la cosa deriva y el mensaje final no suele resultar tan flamenquito. Ese mensaje, que se recoge al final de mi pregón, es el que ahora me sirve para componer mi artículo (a fin de cuentas, es un mensaje que escribo porque creo en él) y dice:
Es triste que muchos políticos, ahora, estén intentando negarnos la posibilidad de cumplir con nuestro compromiso; pero, aún así, debemos tener claro que la Resurrección no es cosa de los gobiernos y los Estados. Ellos, con todo su poder, nunca serán capaces de lo que es capaz el corazón de un Hombre; por eso, yo prefiero lo que tiene el Humanismo como revolución del Espíritu individual de cada ser humano (desde su pensamiento y su certeza, desde su actitud contra la injusticia)
Los que nos autoproclamamos cristianos conocemos un Mensaje que nos obliga a hacer con los otros exactamente lo mismo que queremos que ellos hagan con nosotros; por eso, todos tenemos un compromiso individual –a corazón abierto- con los que tienen hambre y sed de Justicia, los abandonados, los marginados, los enfermos, los desposeídos,… pues la Revolución de Cristo es una transformación interior del Hombre para que, a través de nuestro compromiso con Él, nuestro ejemplo y, sobre todo, nuestra Caridad (que es un arma de potencia sinérgica y construcción masiva), consigamos que su resurrección llegue a todos los cristos vivos, incluso hasta aquellos que no saben siquiera que son Cristo.
Por tanto, a partir del Domingo de Resurrección debemos ponernos manos a la obra, no sólo para ser consecuentes con lo que decimos que creemos, sino también para llenar de sentido todo esto que estamos viviendo en la cuaresma y que viviremos durante estos días de primavera sevillana…
… Y ¡Ay de aquel que, cuando el Domingo de Resurrección llegue, piense que ya se acabó todo hasta el próximo Domingo de Ramos! ¡Ay de aquél que se olvide de que es entonces, precisamente, cuando comienza la Resurrección de Cristo y nuestra obligación de trasladársela a los hombres!… porque el que lo haga así, estará renunciado a la Alegría de ser Cristo y se habrá perdido en el laberinto del Incienso y los Azahares, para vivir sólo el escalofrío del instante, el espejismo de la tortura y la amargura de una Muerte chorreada por los calles,… pero nada más.
… por eso, si queremos vivir y compartir la Resurreccióncon Cristo, tendremos que buscar a Jesús entre los vivos y servirle de Cirineos en esos -¡tantos!- calvarios que, tan cerca nuestra, pintan gólgotas que se repiten, una y otra vez, a unos metros de nosotros y ante nuestra injustificable indolencia.
Una vez que esta Cuaresma y esta próxima Semana Santa hayan pasado, la Cruz deshabitada de Pentecostés, será la Cruz que pasará lista, la que nos llamará por nuestros nombres para que, definitivamente, nos convirtamos en activistas de Cristo, en cirineos de sus cruces, en los hombres y mujeres –¡cristianos!- que, sin miedo, sin reparos y sin prejuicios, cada vez que puedan, aprovechen la oportunidad para convertirse –aunque sólo sea por unos minutos, como estos que yo tuve hoy aquí- en los ecos mínimos de esa Voz de tantos cristos sin voces.
Perdónenme que, para este artículo –y por una vez-, la falta de tiempo me haya obligado a coger la veredita corta.
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