EL PUEBLO Y LA DEMOCRACIA DE LAS URNAS (I) Pensando en las urnas a bote pronto… por Francisco J. Fernández-Pro
Dicen que el Pueblo es sabio y siempre tiene razón. Este axioma básico, debería ser asumido por cualquier demócrata. Claro está que –como dije en un artículo reciente- esto es así, siempre que el Pueblo esté bien formado e informado y, por supuesto, no actúe manipulado desde sus filias o sus fobias… y eso, en nuestra tierra -donde somos tan pasionales y tanto nos movemos por las filias y las fobias-, es otro cantar. Las últimas elecciones, son un ejemplo de lo que digo: tanta confusión o tanta ignorancia o tanta filia o tanta fobia estamos creando que, de cada cien ecijanos, más de cuarenta han pasado de votar su Ayuntamiento y, con ello, han renunciado a su derecho a decidir sobre los cuatro próximos años de su futuro y el de sus hijos.
Sin embargo y, aparte de estos datos, no tenemos más remedio que hacer examen de conciencia y analizar por qué nuestro Pueblo habla de la forma en que lo ha hecho. Sería un error para cualquier político hacer oídos sordos a este diálogo con el Pueblo, porque si no acepta este diálogo, nunca dejará de cometer los mismos errores.
Aparte de esta ausencia evaluable, el Pueblo de Écija –como toda España- ha dejado una cosa clara: no desea las mayorías absolutas que regalan patentes de corso.
Esta es la única realidad objetiva, porque todos los demás análisis que hiciéramos sobre intenciones de votos, no dejarían de limitarse a inútiles conjeturas. Lo que está claro es que, en el voto ciudadano, late firmemente una reprimenda seria a los políticos y a la prepotencia con la que muchas veces actúan cuando el Pueblo le deja las manos libres.
Ahora queda lo más difícil, porque el Pueblo –a pesar de sus condicionantes- puede ser considerado sabio, pero está claro que los políticos no lo son y se verán en el terrible dilema de asimilar la lección y cambiar las actitudes: unos, para ponerse las pilas y olvidarse del “márketing” y la confianza en los laureles del trabajo bien hecho; otros, para dejar –de una puñetera vez- de demonizar a todos los demás y provocar animadversiones entre las distintas ideas (que es lo mismo que hacerlo sobre el derecho a la libertad que todos tenemos de pensar y votar lo que nos da la gana); y otros, los más, para evitar la tentación del mercadeo indecente por conseguir una pequeña parcela de poder fraudulento que, de paso, no le deje al Pueblo ni los réditos de las miasmas de su hipotética Sabiduría.
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