Las
visicitudes de San Leandro (549-600), hermano de San Fulgencio,
obispo de Écija.
Leandro,
obispo (549 600)
Ayer
día 13 de noviembre, fue el día de los Leandros,
por ello traemos aquí la historia de este personaje
que fue hermano de San Fulgencio.
La palabra para definirlo es «ortodoxia». La escena
está en la España visigótica del siglo
VI. El hombre que influyó decisivamente en el cambio
histórico de la herejía a la catolicidad del
reino se llamó Alejandro.
Su padre es un magnate del reino visigodo en Cartagena, donde
vivía con su familia y donde nació Leandro.
Cuando los bizantinos llegaron a la costa y se apoderaron
de Levante, la familia se traslada a Sevilla en destierro
voluntario y allí se hace católica su madre
y manifiesta deseos de ser enterrada en el lugar donde conoció
a Dios.
Leandro se hace monje y, a partir de este momento, su vida
es otra; han quedado atrás la fortuna, las armas, el
poder y el prestigio. Ahora lleva una vida escondida y oculta
en su convento: trabaja, estudia, reza y medita los misterios
en su vida contemplativa.
Un buen día se produce en su celda una irrupción
ruidosa y bullanguera de sevillanos que, como locos, lo arrebatan,
lo conducen a la basílica de San Vicente y lo sientan
en la silla episcopal. Lo han elegido obispo. Sucedía
esto por el año 578.
Llegó a Sevilla el hijo primogénito del rey
Leovigildo, quien le asoció al trono en el 573, encargándole
del gobierno de la Bética, con residencia en Sevilla;
Leovigildo lleva a su esposa y un hijo pequeño; está
casado con una excelente católica, aunque él
sigue siendo arriano; dicen que es un hombre sano, con buena
voluntad y dotado de cualidades óptimas para hacer
feliz a sus súbditos. Al pequeño lo han bautizado
en el nombre de la Trinidad.
Por razones lógicas hay contactos entre Leovigildo
y Leandro porque los hombres a gobernar desde distintos ámbitos
son los mismos. Una corriente de simpatía se establece
entre ambos, los encuentros se hacen más confiados
y menos protocolarios; parece que puede tocarse una suave
corriente de gracia transformante en las cada vez más
asiduas visitas en palacio y en la celda del monje obispo.
El rey Hermenegildo confiesa la misma fe que Leandro, que
le recibe en la Iglesia, le da el nombre de Juan y lo asocia
a su misión de defender la verdad.
Pronto sonaron las espadas. La conversión al catolicismo
suponía un acto de rebeldía política
al actuar contra los designios regios. Con el apoyo de importantes
sectores de la aristocracia hispanorromana, Hermenegildo pidió
ayuda a los suevos y a los bizantinos, se proclamó
rey en el 579, contra los derechos de su padre, y extendió
su poder por el valle del Guadalquivir. Leovigildo es arriano
convencido y la madrastra de Hermenegildo, Godsvinta, era
«mala hembra que tenía una víbora dentro
del corazón»; el rey se vio obligado a intervenir
militarmente contra su hijo constituido en defensor de la
ortodoxia y todo terminó con el ejército arriano
asolando la Bética y derrotando sin remedio a Leovigildo,
abandonado por sus aliados, y haciéndolo prisionero
en el 584.
Leandro tiene que marcharse lejos. Se le ve en Constantinopla;
allí se hace amigo –ya para toda la vida–
de Gregorio, que luego será papa. Tienen tiempo de
intercambiar datos sobre los asuntos eclesiales, simpatizan
en la común aspiración de santidad, conocen
las riquezas acumuladas en las bibliotecas orientales y aprovechan
el tiempo profundizando en el conocimiento de la Sagrada Escritura
de donde sale gran parte del saber teológico universal.
Allí animó Leandro a Gregorio a poner por escrito
sus amplios conocimientos morales y de allí salió
el Comentario al Libro de Job o los Morales que enviaría
más tarde, junto con el Libro de la Regla Pastoral,
cuando estuviera reintegrado Leandro a su sede y ya fuera
Gregorio pastor universal.
La sangre de Hermenegildo, asesinado en Tarragona en el 585
por su carcelero, al negarse a recibir la comunión
de manos de un obispo arriano, dio fruto en la conversión
de Recaredo que daba al reino –con la mayoría
de súbditos católicos– el principio de
unidad. No se produjo este cambio sin el influjo del consejero
real Leandro.
A partir del III concilio de Toledo (año 589), Leandro
es lumbrera para la nueva sociedad con su prestigio, sus predicaciones
y sus escritos entre los que se conserva el opúsculo
llamado Instrucción de las vírgenes y desprecio
del mundo, dedicado a su hermana santa Florentina. Esta joya
de la ascética cristiana, monumento de discreción
y experiencia, llegó a ser por mucho tiempo la Regla
para los monasterios femeninos.
Influyó también Leandro en la santidad heroica
de su hermano Fulgencio, el obispo de Écija, y de modo
muy especial en san Isidoro, el gran doctor polifacético
del siglo que fue igualmente su hermano. Murió hacia
el año 600 y su cuerpo se trasladó a la catedral
hispalense.
Mira por donde, en la enmarañada e intrigante España
visigoda, un obispo fiel a la verdad y empeñado en
proclamarla llegó a santo.