En
el verano de 1039, Idris I al-Muta'ayyad, derrotó a
los abbassies de la Taifa de Sevillade en la batalla de Écija.
En
el año 1026 de la Era Cristiana, Yahya I al-Mu´tali,
un bereber que era Califa de Córdoba fue expulsado
de su trono y uniendo Málaga y Algeciras, formó
la Taifa de Málaga.
Era amigo
de los seguidores de Zawi ben Ziri, el mercenario que sirvió
a Almanzor y que fundó la Taifa de Granada dando origen
al mandato de los ziries, lo que le valieron grandes apoyos
y a poder autoproclamarse Califa de Málaga.
Anduvo
siempre peleado con los abbassies de la Taifa de Sevilla,
incluso les conquisto Carmona, pero se murió en 1035
y su desaparición dividió la Taifa en dos partes,
la de Algeciras que gobernó su sobrino Muhammad ben
Al Qasim y la de Málaga que quedó en manos de
su hijo Idris I al-Muta'ayyad.
Éste
siguió en peleas con los sevillanos hasta que en batalla
les derrotó en Écija, en el verano del año
1039, pero al poco, de repente, también se murió.
Después
llegó a este reino de Málaga, Yahya II al-Qa´im,
que duró poco en la Taifa porque su tío Hasan
al-Mustansir le arrebató el trono conspirando contra
él.
Era el
año de 1040 cuando este vil reyezuelo comenzó
a gobernar. Desde el primer instante sentí en mí
su desprecio y su rencor.
Yo, un hispano, hijo de una de las familias mas poderosas
de la antigua Malaca, de aquellos aguerridos y bravos hombres
que gobernaron estas tierras antes de que estos musulmanes
nos las arrebataran por la fuerza, no podía en modo
alguno permitir tanta altivez y desprecio frente a mí
y frente a los míos.
Nosotros,
los eslavos, los hijos de los vándalos que un día,
por causas del azar, gobernamos estos lugares, somos gentes
de honor que siempre amará a nuestra madre patria.
Siempre fuimos generosos con los vencidos y desde entonces,
siempre hemos sido fieles a los vencedores a quienes a nuestro
pesar, desde entonces, siempre hemos servido. Soy un muladí,
un vandalo que acepto las leyes del Islam, su religión
y hasta su lengua, para gozar de los mismos derechos que cualquier
árabe, como mis hermanos mozárabes, que al igual
que nosotros respetan a los invasores aún conservando
la religión de los cristianos dentro de los territorios
dominados.
Nosotros,
los vándalos, somos los que dimos origen al nombre
de todas estas tierras que llaman de Al Andalus. Pese a nuestro
origen guerrero y mercenario, somos gente que nunca gustó
de peleas entre hermanos, por eso, cuando nuestros antepasados
se sortearon estas tierras para vivir en ellas, se asentaron
con sus vandalenhaus que significa en la lengua que antes
yo hablaba «casa de los vándalos», después
el uso acabó llamándolas andalaus y cuando los
romanos, antes que estos árabes, nos invadieron, expulsaron
a los nuestros hacia África, donde se le conoció
como los «hombres que venían de Al-Andalus. Por
eso, cuando años después invadieron nuestra
tierra, ellos sabían que estaban invadiendo Al-Andalus,
la tierra de mis antepasados.
Pero yo
siempre me quedé en esta tierra que nadie anterior
a mí quiso abandonar, esta nación que un día
perteneció a mis antepasados, aquellos a quienes los
romanos llamaban bárbaros y que se repartieron este
territorio por sorteo.
Me contaron
que cuando se derrotó al Imperio Romano y este se derrumbó,
un día del verano del año 411, se llegó
a un pacto y mediante suertes se determinó que a Gallaecia
le corresponderían los suevos y vándalos asdingios,
a Lusitania los alanos y a Bética los vándalos
silingios, es decir, mis antepasados.
Quiso
la suerte que fuera así y me da qué pensar si
el sorteo hubiera deparado al revés… ¿cuál
hubiera sido entonces la historia de mi patria?, una pregunta
que nunca tendrá respuesta, pero que muy bien podría
haber hecho que todo hubiera sido distinto a como en realidad
hoy es.
Por eso, por honor, yo Naya al-Siqlabi, me alcé en
armas contra el villano y me convertí en rey, aunque
por aquí me llamen régulo y todo el mundo me
conozca como El Usurpador.
He confiado
en Idris al-Alí, un hammudí que no me ve como
rey y sé que planea matarme, porque quiere ocupar mi
lugar. Esta Corte está llena de conspiradores árabes
que nunca me han visto ni me verán como uno de los
suyos.
Puede
que sea un usurpador, puede que un día la Historia
me conozca como Naya al-Siqlabi el Usurpador, pero sólo
quise honrar a los míos y vivir con el debido honor,
ese que nunca debió de arrebatarse a los vencidos…»
En el
año 1026, el Califato de Córdoba se derrumbó
originándose con su caída un incontable sin
fin de pequeños reinos que la Historia ha conocido
como Taifas.
Naya Al-Siqlabi
fue un eslavo, término como se conocía entonces
a los descendientes de los antiguos visigodos de Hispania,
que se alzó en armas por honor y poder contra uno de
los reyes, Hassan al-Mustansir, de la Taifa de Málaga.
Incomprensiblemente
siguió rodeado de aquellos que habían servido
al rey que él había derrocado. Fue Idris II
al-Alí, hermano del depuesto Hassan quien cruelmente,
un año después, terminó asesinándolo.
Un año, el de 1041, en el que Málaga volvió
a ser gobernada, en pleno periodo árabe, por alguien
descendiente de cristianos, por un visigodo, de esos que un
día consiguieron conquistar toda la Bética por
reparto.
Puede que Naya tuviera un reinado efímero, pero murió
feliz por reconquistar la tierra de sus antepasados…
Nunca fue un usurpador.