El
licenciado Cristóbal Mosquera de Figueroa, amigo de
Miguel de Cervantes, vivió y murió en Écija.
(recogido
de Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes - Vida ejemplar
y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, de Luis Astrana
Marín)
Hacia
el 18 de Septiembre, salió Cervantes de Sevilla, y
dos días más tarde hallóse en Écija,
la famosa y antigua Astir, Astygi o Astigis griega, que conservó
este nombre bajo los romanos; Ciudad del Sol, o, más
vulgarmente, por su calor insoportable en el estío,
«la Sartén de Andalucía». Recorrió,
pues, en sentido inverso, y a caballo seguramente, las quince
leguas que ya conocemos, haciendo noche en Carmona. Su presencia
y designio en la bellísima población bañada
por el Genil regístranse en el acta capitular del Concejo
de 22 de Septiembre de 1587. En ella se da cuenta de encontrarse
en la ciudad un comisario de Su Majestad (no se dice su nombre,
pero es Cervantes), que pretende sacar todo el trigo de los
vecinos, «dejándoles para comer e sembrar»,
y se acuerda hacer información, y enviarla al Rey,
sobre la necesidad que se padece.
Afortunadamente
(y ya contaría con este encuentro desde Sevilla) estaba
de corregidor en Écija, aunque próximo a salir
del puesto, pues sólo esperaba la venida del sucesor,
su amigo el licenciado Cristóbal Mosquera de Figueroa,
magistrado,
escritor y excelente poeta, a quien visitaría apenas
llegara y por quien se enteraría del estado de cosas
en la ciudad. No podría imaginarse que antes de dar
principio a su negra comisión, allí mismo las
Musas le solicitarían, como recordándole para
lo que había nacido y no para aquello a que la necesidad
le obligaba. Porque el buen Mosquera de Figueroa, amante también
de ellas a despecho de los cargos de justicia (que nadie se
conforma con su suerte), estaba componiendo el Comentario
en breve compendio de disciplina militar..., encargado por
el marqués de Santa Cruz, exaltación de la jornada
de las islas de los Azores, y lo consultaría con Cervantes.
Contaba
a la sazón Écija 8.000 vecinos (1), y con este
número, poco más o menos, llegó hasta
mediados del siglo XVII; pero en 1651 la peste la redujo de
tal manera, que en 1668 sólo cubría de 3.000
a 4.000 fuegos (2). -[168]- Rehízose, con todo, adelante:
en 1787 sumaba 9.000 vecinos (1), alcanzó en el censo
de 1910 a 24.552 habitantes de hecho, y hoy rebasa la cifra
de 35000.
Mosquera,
pues, ofreceríase a nuestro comisario (la amistad,
a mi juicio, databa de los tiempos juveniles) para guiarle
en el mejor desempeño de sus funciones; y, como conocedor
de la ciudad, le aconsejaría la manera más acertada
de proceder. Por desgracia, pudo servirle muy poco en el cargo,
pues su corregiduría terminó el 26 de aquel
mes.
Mosquera,
en sus últimos años, ya muy enfermo, volvió
a Écija, y allí retirado, falleció en
1610. Un manuscrito, letra de fines del siglo XVI, de sus
poesías inéditas (177 hojas), se conserva en
Barcelona en la biblioteca de nuestro buen amigo el ilustre
bibliófilo don Arturo Sedó, quien galantemente
nos ha proporcionado la fotografía del soneto, inédito,
A San Francisco, que reproducimos.